Hacia Aragón, lejana, la sierra del Moncayo, blanca y rosa… Pasear en silencio por el castillo, al caer la tarde, es una delicia que algunos sorianos disfrutan diariamente.
Según Gilberto Soriano, la primera construcción militar para proteger a los primitivos pobladores podría no estar aquí, en este cerro del castillo, demasiado alejado de las primeras casas situadas en la falda del Mirón, más protegida y soleada, sino en las inmediaciones de la actual torre de Santo Domingo. En cualquier caso, Soria contaba en la edad media con castillo y castro, además de las diferentes torres e iglesias que servirían de elementos defensivos en los lugares estratégicos y de los dos bastiones de la ciudad frente Aragón, Magaña y Peñalcázar.
Siguiendo lo que nos cuenta Fernando Cobos, la relación entre el castillo y el castro -este último demasiado amplio para ser defendido sin ayuda de la población-, habría que pensarla también en términos de conflicto entre señor y pueblo. En Soria, la dificultad para implantar la agricultura por el clima y la inestabilidad del territorio, debió ralentizar el proceso de feudalización. Bertrand de Duguesclin la somete por unos años y de aquella experiencia pudo ser resultado la muralla actual.
El castillo de Soria está en ruinas. Como bien sabía nuestro Gustavo Adolfo Bécquer y, en general, todos los artistas y paisajistas románticos, la ruina genera sentimientos de melancolía. La arquitectura es la más sublime victoria del espíritu sobre la Naturaleza, una victoria momentánea claro, hasta que la edificación se arruina y la Naturaleza se venga de la violencia a la que el espíritu la sometió. Escribe George Simmel que la constatación de esta venganza es la causa de ese sentimiento de melancolía; éste no aparece, sin embargo, cuando es el propio hombre quien la destruye, o cuando deja pasivamente que se arruinen las cosas. De ahí la frialdad que nos inspiran las ruinas del castillo de Soria, volado por el General Durán a instancias del Ayuntamiento, para evitar que el ejército francés hiciera de Soria una plaza fuerte.
La melancolía y la desesperanza nos llega en este caso al dirigir nuestra mirada hacia el río: ”¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas!”. Mientras el río de la vida precipita a Leonor hacia la muerte, Machado describe el maravilloso paisaje milagrosamente conservado del Duero a su paso por Soria.