Hoy, día 12 de octubre, como cada año, en cada país de habla hispana y en EEUU celebramos el Día de la Hispanidad.
Conmemoramos la efeméride histórica de la llegada de Colón al Nuevo Mundo por parte de España y el nacimiento del Imperio Español.
Día de la Raza es una de las denominaciones que se le dio al 12 de octubre, día en que se conmemora la llegada a América del navegante Cristóbal Colón en 1492.
Esta fecha es nombrada de diversas maneras por distintos países por ejemplo:
- En Estados Unidos es el Día de Colón
- Encuentro de Dos Mundos en Chile
- La Hispanidad, en España
- En Venezuela, Día de la Resistencia Indígena
- En Argentina, Día del Respeto a la Diversidad Cultural
La denominación fue creada por el ex ministro español Faustino Rodríguez-San Pedro, como presidente de la Unión Ibero-Americana, que en 1913 pensó en una celebración que uniese España e Iberoamérica, eligiendo para ello el día 12 de octubre.
Desde 1917, el Ayuntamiento de Madrid asumió la celebración de la “Fiesta de la Raza” en la capital de España.
Es la fiesta nacional en España por ley de Alfonso XIII en 1918.
A finales de los años veinte, acontece el cambio de nombre de Día de la Raza, que es considerada una denominación inapropiada por el de Día de la Hispanidad y desde 1958 la fiesta es oficial con ese nombre por decreto de la presidencia del Gobierno español.
En la ciudad de Zaragoza, coincide con los festejos en honor a la Virgen del Pilar, patrona de la ciudad y de la Hispanidad.
En algunos lugares han surgido algunas voces críticas sobre la conmemoración al afirmar que la conquista de América sometió y redujo a los pueblos precolombinos. En España, esta festividad se celebra con un desfile militar presidido por S.M. el Rey y demás autoridades del país, mientras que la ciudad aragonesa se viste de gala para conmemorar el día de su Santa patrona.
“Crónica de un día histórico”
Han pasado ochenta y cinco años desde que el lunes 12 de octubre de 1936 se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca un acto de gran repercusión en la Historia contemporánea de España.
Aquel día, un hombre extremadamente culto, perteneciente a toda una generación de mentes abiertas y entregadas a la lucha por la igualdad y la libertad de toda la raza humana, la llamada Generación del ’98, alzó por última vez su ya cansada voz y terminó saliendo del recinto aclamado de traidor por los dos bandos enfrentados de la Guerra Civil.
Ese hombre se llamaba Miguel de Unamuno. Había llegado de su Bilbao natal 45 años antes a Salamanca, ciudad que había adoptado como suya y desde ella lanzó a España y al mundo entero sus más profundas convicciones, pero también sus angustias y contradicciones.
Aquella mañana, el por entonces rector de la antigua Universidad, que en días previos había firmado un manifiesto para que se celebrara en el Paraninfo la Fiesta de la Raza, de la Hispanidad, había prometido no intervenir en el acto que presidía en calidad de rector y en nombre del jefe de Gobierno, el general Franco.
Pero después de la ponencia de cuatro ilustres oradores y del general de la Brigada y fundador de la Legión José Millán Astray, ante la presencia de Doña Carmen Polo de Franco, el Cardenal de Barcelona Pla y Daniel, así como de las fuerzas vivas de la ciudad: el alcalde, el gobernador civil, el obispo y un recinto repleto de profesores, estudiantes, clérigos, falangistas, soldados y periodistas: la Historia reciente de España dio un giro importante en su trayectoria.
Ante algunas de las alusiones de los oradores que habían intervenido y de ciertas frases que pudieron ser pronunciadas por el General Millán Astral, como: “Viva la muerte” y “Mueran los intelectuales”, Unamuno no pudo por menos que contestar a la barbarie con un magnífico y elocuente discurso: “estamos en el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto”.
“Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero para convencer hace falta persuadir y para persuadir, hace falta la razón y el Derecho”.
Dijera o no Unamuno estas frases de esa manera y con tal rotundidad, quizá no es lo más relevante de su figura. Y, al igual que exclamaba sobre la fachada de la Universidad de Salamanca, que no debemos dejar que la búsqueda de la rana nos impida admirar la belleza y contenido de la misma, aquel discurso, aquellas palabras, dichas o nunca pronunciadas, deberían ser solo un peldaño más de una larga escalada que llevó a Unamuno a lo más alto de la intelectualidad de nuestro país y de la Europa del cambio de siglo.
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